martes, 31 de enero de 2012

Atención, este blog se ha renovado en otro lugar. Allí podréis leer la publicación por entregas y al completo de El editor inverosímil.

Traslado a              http://eleditorinverosimil.blogspot.com/2012/01/carta-proemio.html

domingo, 3 de octubre de 2010

Escribir sobre música es difícil







Un cuento empieza, anuda un conflicto y termina resolviéndolo.

Mentira.

Un relato, o una canción, una forma de percepción artística cualquiera, comienza en la necesidad de tener aventuras o experiencias. Esa hambre, en sí, es la primera ilusión de belleza que padece el ser humano. Luego viene la forma de lo que deseas, pues se necesita materializar el ansia para consumirla y satisfacerla, agotarla y esperar que renazca.

Alguien dice: "Hoy os voy a contar un cuento muy triste". Y la piel se estremece, pues estábamos esperando eso, y cada sentido se pone alerta, esperando que el cuento triste sea igual de triste que nuestra esperanza, y esperando reconocer cada palabra, cada sugerencia.

En la canción ocurre lo mismo:

Se inicia un ritmo, repetitivo, casi solo de tambores, pero todo nos dice que ÉSA es la canción y que cada acorde, cada nota de la melodía está destinada a nuestra felicidad.

Sin receptor, no existe el arte.

A veces, suena una canción en la radio. Una sola. A veces, no acabamos de recordar más que una frase. Pero sabemos que hay que escuchar ese disco como sea. Reconocemos que ahí se encuentra el elixir que nos ha de curar de la melancolía, aunque sea recrudeciéndola.

Es igual que el amor. Y de la misma forma nos atrapa, y de la misma forma nos deja.

De la música se puede decir mucho, empezando por lo que no atañe estrictamente a la música, sino a la razón por la que existe la dicha de escucharla.

Yo he estado enamorado muy seriamente de Gemma Hayes. Ahora todo ha terminado. Pero jamás olvidaré los momentos que hemos compartido, ayudados por varios tipos de reproductores de música que sirven de meublé para practicar el adulterio.

martes, 14 de septiembre de 2010

Por qué no viajo en avión, ni de pie, ni sentado


Yo no viajo en avión. Y me gustaría poder afirmar: Señores, yo no «vuelo» en avión. Sí, sí, ya sé que es algo muy grave, pero poco a poco lo voy asumiendo, y cada vez me da menos vergüenza. De hecho, hay ocasiones en que gozo de una especie de iluminación y creo que soy feliz de haber tomado una decisión como esa.
La gente abre los ojos con estupor.
–Yo no viajo en avión.
–Pero... cómo es posible. Si no pasa nada, hombre, no hay ningún peligro.
Y lo dicen mirándote como si al negarte a ir en avión te negaras a un placer evidente que sólo a algunos retrasados mentales se les ocurre relacionar con la muerte.
El avión es la vida. Es el viaje, el divertimento, el consumo, la experiencia inabarcable y el sumo placer. Lo promete todo.
–Ya. ¿Y si se cae?
–Bah, los aviones nunca se caen. ¿Tú has consultado las estadísticas? Te estás perdiendo el mundo entero.
Pero, cada vez más, sé que gano secretas parcelas de vida que no cotizan en Bolsa.
¿Y cuando, hace más de veinte años, decías: «No, gracias, no fumo»? Entonces era un ejercicio de dandismo clarísimo para un adolescente. Significaba desmarcarse, renunciar a las obligaciones tribales. Significaba decir: «Yo no.»
Creo que sobre todo significaba: «Yo.»
Y, además, me hacía tanta gracia alborotar los presupuestos convencionales. Tienes que elegir: o los Beatles o los Stones. Ese grupo de música de pueblo, los Jarcha, son una mierda, pero qué buenos son los Fairport Convention. Y el flamenco, amigos, esa es una cosa de calorros incultos, pero ¡si le pones unas gotas de pop-rock-jazz o pastelitos de sésamo, entonces se extasían todos los esnobs...! ¡Hay que joderse!
En fin, que me hizo gracia que, me preguntaran lo que me preguntaran, yo como respuesta decía: «No, gracias, no fumo.»
–Oiga, perdone, ¿la plaza del Virrey Amat?
–No, gracias, no fumo.
–A ver, usted, dígame el teorema de Pitágoras.
–No, gracias, no fumo.
Me parecía elegantísimo y me distinguía por encima del gentío, cosa que, siendo un chaval de barrio, resultaba de lo más fascinante.
Ahora he elegido. Yo no viajo en avión. (Parece que el elemento común soy yo, pero para entender lo que digo hay que fijarse en la palabra avión.)
Hombre, contesto a su pregunta: Pues claro que he viajado en avión. Dos veces. No una (que no se sabe nunca si fue casualidad), sino dos veces, para dejar claro el asunto. Y para quien diga que no hay dos sin tres, cruzo los dedos: ¡Lagarto! A ver por qué me desean el mal, si yo no me meto con nadie.
Y es que la gente pone cara de estupor, pero cuando te intentas explicar, entonces se transforman en seres ofendidos. ¡Menudo sinvergüenza estoy hecho! Como ellos no son capaces de decir «no», eso quiere decir que tú «vas de listo» y estás sugiriendo que son imbéciles.
Hombre, yo no quería llegar tan lejos..., ¡pero si se empeñan!
Habría que descubrir ciertos valores que han quedado un poco relegados a causa de la victoria de la venta de la felicidad en contra del proyecto de una imposible felicidad. Por ejemplo, cuando me vienen ganas de comprar. Mmm. Me relamo al prever que podría comprar lo último de Nick Cave, o de Antonio Vega, o una película de Toshiro Mifune, o unos zapatos..., etc. Podría comprar y satisfacer el ansia de novedades, y me relamo de gusto cuando soy capaz de decir:
–No, gracias, no fumo.
Probadlo. «No, gracias, no fumo.»
¡Cómo! ¿Que no funciona? Mierda, cómo han cambiado los tiempos. ¿Ahora ya nadie fuma? ¿Ya no es un acto de rebeldía frente a la colectividad?
Desde luego, no somos nada.

viernes, 2 de julio de 2010

Modesto

Jo era un nen. I suposo que la resta ho eran igualment, i se’l miraven, al Modesto, de la mateixa manera. Amb admiració. Era molt alt, un grandullón, i si hagués volgut, ens hauria passat la ma per la cara a tots.


Tenia tota la sabiduría alentida i parsimoniosa que la vellesa atorga amb els anys d’experiencia. Jo me l’estimava.


No sé quan de temps va durar, aquesta amistat. Potser un estiu sencer. El Modesto era un noi de pell bruna i cabell negre. La seva mirada era trista i les orelles massa evidents per ser maco. Més aviat, per les seves celles gruixudes, semblava un paleto. Però a penes, parlava, a penes alçava la vista per retar ningú, i en aquesta silenciosa força jo veia algun secret. En efecte: a mi m’ho va dir. Van ser poques converses al llarg del dessert de la sobretaula. Tardas feliçes.


Va passar el temps. Quan el vaig tornar a veure, em vaig adonar que, de sobte, no ens coneixiem, i a més, que erem de la mateixa quinta. Ara resultava que el Modesto no era tan gran. Més o menys com tothom, gastava chupa de cuiro i segur que no voldria saber res d’aquelles converses, quan em va confesar en què perdia el temps. Era un tipus més aviat brut, cridaner, buscarraons, d’aquests que es prenen quinze quintos de cervesa al llarg del dia i en el bar de sempre. Era, ni més ni menys, un qualsevol.


Tot això em va doldre poc.


Quan me’l vaig creuar pel carrer, no vaig voler mirar-li als ulls, ni saludar.


Poc desprès, en un dia de cel melancònic i poca pressa, me’l vaig tornar a creuar. I aleshores sí que vaig trobar a faltar el seu idealisme calurós. Vaig maldir la distancia que ens separava i la impossibilitat de recòrrer a una relació d’infància que amagava el cap sota terra. I em va doldre de veritat. Em va fer un mal encara més dolorós que si s’hagués mort. Per què, de la mateixa manera, m’obligava a dir adéu alguna cosa de mi mateix.


(Tant de bo m’hagués arriscat a interpel.lar-lo, a dir:


—Tio, te’n recordes d’aquella investigació que feies? I com al.lucinàvem? Doncs, ho he descobert, tio. He descobert la veritable explicació de la mort del Bruce Lee.)

lunes, 14 de junio de 2010

Paola, esto es lo que hay.




(Especialmente mostradas para Paola Vaggio.)

Son una Tokai Es-135 (réplica japonesa de las Gibson Es-335), una acústica de Art&Lutherie (madera canadiense) y una Fender Stratocaster americana. Tesoros.

Me acuerdo de que ya me asomaba a los 40 cuando decidí que, si no me ponía a hacer algo nuevo y de verdad, sólo me quedaba aburrirme hasta la muerte. A pesar de la exageración, encontré a buenas compañeras que me guiaron hasta que pude merecer mejores curvas (abrazo cariñoso para la Squier tipo Telecaster y la acústica Winston, guitarras rudas y poco apreciadas que me dieron más de lo esperado y que todavía dan un servicio en manos más jóvenes).
Soy feliz tocando. Soy feliz pensando en tocar.


























domingo, 13 de junio de 2010

Un canon


UN CANON




Comala; la baronesa Karen Christentze Dinesen de Rungstedlund (basta con el nombre); algunos versos medievales en boca de mujer; la irresponsabilidad millonaria de Barnabooth; la cobardía de Sancho en la aventura de los batanes; el fracaso absoluto y analítico de Marcel (sólo un fragmento); el estilo con que tira la cerveza Hrabal; el cuento del hombre que ríe; algunos versos de Álvaro de Campos; la epifanía en Los muertos; los amaneceres en el grande sertão de Guimarães Rosa; el capítulo central de Al faro; El Leviatan de Roth (el borracho); La casa de muñecas de Katherine Mansfield; alguna genialidad disimulada de Chéjov; la clara melancolía de Bassani; todo lo que, con buen juicio, dejó de escribir Henry James y, desde luego, algún escupitajo de Baudelaire.

sábado, 5 de junio de 2010

Anuncios por palabras


ANUNCIOS POR PALABRAS. Rarezas de entonces y de ahora.

Se ofrece:
(como mascota, trofeo de feria o galán de noche inútil)
hombre de mediana edad sin complejos estéticos, de fácil improperio; limpio, pero dispuesto al eructo, y consciente de la importancia de rematar una afirmación categórica con un pedo. Duermo a pierna suelta y ronco a juego con los ruidos urbanos tales como camiones de la basura y televisiones con publicidad a todo volumen. Si se me estimula con cariño, soy capaz de lanzar a mi dueña un piropo coincidiendo con las horas.

Porque estoy desaprovechado, porque me llaman antigüalla. Porque no encajo. He cometido el error de cumplir los cuarenta siendo hetero, sin talento artístico, no apto para reality shows, y encima me han rechazado en la Iglesia del Progreso Tecnológico.

No lo soporto más. Lanzo el ruego. Piedad. Que alguien me adopte, POR DIOS.