Un cuento empieza, anuda un conflicto y termina resolviéndolo.
Mentira.
Un relato, o una canción, una forma de percepción artística cualquiera, comienza en la necesidad de tener aventuras o experiencias. Esa hambre, en sí, es la primera ilusión de belleza que padece el ser humano. Luego viene la forma de lo que deseas, pues se necesita materializar el ansia para consumirla y satisfacerla, agotarla y esperar que renazca.
Alguien dice: "Hoy os voy a contar un cuento muy triste". Y la piel se estremece, pues estábamos esperando eso, y cada sentido se pone alerta, esperando que el cuento triste sea igual de triste que nuestra esperanza, y esperando reconocer cada palabra, cada sugerencia.
En la canción ocurre lo mismo:
Se inicia un ritmo, repetitivo, casi solo de tambores, pero todo nos dice que ÉSA es la canción y que cada acorde, cada nota de la melodía está destinada a nuestra felicidad.
Sin receptor, no existe el arte.
A veces, suena una canción en la radio. Una sola. A veces, no acabamos de recordar más que una frase. Pero sabemos que hay que escuchar ese disco como sea. Reconocemos que ahí se encuentra el elixir que nos ha de curar de la melancolía, aunque sea recrudeciéndola.
Es igual que el amor. Y de la misma forma nos atrapa, y de la misma forma nos deja.
De la música se puede decir mucho, empezando por lo que no atañe estrictamente a la música, sino a la razón por la que existe la dicha de escucharla.
Yo he estado enamorado muy seriamente de Gemma Hayes. Ahora todo ha terminado. Pero jamás olvidaré los momentos que hemos compartido, ayudados por varios tipos de reproductores de música que sirven de meublé para practicar el adulterio.
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